Cuando comienza el
solsticio de verano en el hemisferio norte, se celebran
en muchos lugares los
ritos del fuego que celebran la plenitud solar y al
mismo tiempo el momento que
empieza a decrecer el tiempo de luz natural.
Y eso es, “luz”, es lo que
respondemos los francmasones cuando el Maestro
nos pregunta qué buscamos al
comienzo del rito de la iniciación, en el momento
en que dejamos atrás las
tinieblas profanas; lo mismo que dijo nuestro
hermano Goethe en su lecho de
muerte, antes de cerrar los ojos para siempre:
“Luz, más luz”.
El solsticio de verano es un
momento de la Rueda Anual en el que la distancia angular del Sol al Ecuador de
la Tierra es máxima. Esto implica que el sol alcanza
su punto más alto en el firmamento terrestre. La mayor duración de la jornada
diurna implica que el reinado de la oscuridad es este día el más corto. Es un momento de esplendor en la Naturaleza y las plantas se cargan de energías portentosas mientras los masones evocamos una celebración que se remonta a muchos siglos atrás y nos hermana a las grandes civilizaciones del pasado.
su punto más alto en el firmamento terrestre. La mayor duración de la jornada
diurna implica que el reinado de la oscuridad es este día el más corto. Es un momento de esplendor en la Naturaleza y las plantas se cargan de energías portentosas mientras los masones evocamos una celebración que se remonta a muchos siglos atrás y nos hermana a las grandes civilizaciones del pasado.
Según una creencia
hermética, los solsticios de verano e invierno son hitos del espacio-tiempo
cósmico, momentos-puente en los que la Tierra percibe la esencia de identidad e
intensa comunicación que existe entre los seres que habitan el Universo. En la
tradición de los misterios eleusinos de la antigua Grecia, los solsticios son
dos puertas zodiacales, los puntos de entrada y salida de la
"caverna cósmica" en la que se refugia el planeta en su eterno viajar alrededor del sol, que se designan como "la puerta de los hombres" y la "puerta de los dioses".
"caverna cósmica" en la que se refugia el planeta en su eterno viajar alrededor del sol, que se designan como "la puerta de los hombres" y la "puerta de los dioses".
La primera, regida por la
posición de Cáncer en el firmamento, corresponde al solsticio de verano, y es
la material pues nuestra especie necesita la luz solar para vivir. La segunda,
marcada por Capricornio, pertenece al espíritu, al reino del conocimiento y
llama a nuestro desarrollo interior, mental y de carácter.
Esta alternancia nos
recuerda que el ciclo anual está dividido en dos mitades, una
"ascendente" y otra "descendente" como dice la filosofía
vedanta de los hindúes. Pero no debemos olvidar que en este mundo en el que
cada cosa encierra a su contraria y en el que la luz envuelve su sombra, existen
también dos hemisferios terrestres, dos tiempos en la esfera. Esto quiere decir
que lo que entre nosotros es solsticio de verano en Chile es, por ejemplo,
solsticio de invierno.
La
masonería tiene un inmenso legado, viene de una tradición de conocimiento
que se remonta a la antigua Sumer, el martirizado Irak de hoy. Allí los sumerios ya construían zigurats para observar el firmamento y fijar las fechas destacadas de solsticios y equinoccios. También en Egipto se adoraba al sol y su aparición en el solsticio de verano quedó impresa en la memoria ancestral de sus piedras sagradas. Lo mismo que en las civilizaciones azteca, tolteca, maya o inca, cuando levantaban sus grandes plataformas piramidales con el fin de rendir culto al sol, de cuyo perihelio dejaron constancia en su impresionante calendario solar.
que se remonta a la antigua Sumer, el martirizado Irak de hoy. Allí los sumerios ya construían zigurats para observar el firmamento y fijar las fechas destacadas de solsticios y equinoccios. También en Egipto se adoraba al sol y su aparición en el solsticio de verano quedó impresa en la memoria ancestral de sus piedras sagradas. Lo mismo que en las civilizaciones azteca, tolteca, maya o inca, cuando levantaban sus grandes plataformas piramidales con el fin de rendir culto al sol, de cuyo perihelio dejaron constancia en su impresionante calendario solar.
Entre
nosotros, han sido los celtas la cultura que ha mirado al cielo con mayor
fervor. Muy inclinados también hacia la Luna, como cultura que apreciaba el
papel fundamental de la mujer, los celtas arcaicos izaban al firmamento sus
grandes monumentos megalíticos dedicados a Lug, el dios-padre solar, en los que
puede leerse el ciclo solar con precisión como se ve en el impresionante
Stonehenge.
Los druidas, como los hindúes, dividían el año en dos partes de seis meses,
Samos y Giamos, que representaban el mundo de la Luz y el de las Sombras.
Estas mitades están agrupadas en doce períodos lunares que forman un ciclo
anual, pues el calendario celta gira entorno a las cuatro grandes fiestas de Imbolc, Samain, Beltane y Lugnasad, que señalan las cuatro estaciones de tres meses.
Los romanos, y tras ellos los cristianos, hicieron coincidir sus fiestas menores con aquellos acontecimientos que ya celebraban sus ancestros celtas y etruscos.
Los druidas, como los hindúes, dividían el año en dos partes de seis meses,
Samos y Giamos, que representaban el mundo de la Luz y el de las Sombras.
Estas mitades están agrupadas en doce períodos lunares que forman un ciclo
anual, pues el calendario celta gira entorno a las cuatro grandes fiestas de Imbolc, Samain, Beltane y Lugnasad, que señalan las cuatro estaciones de tres meses.
Los romanos, y tras ellos los cristianos, hicieron coincidir sus fiestas menores con aquellos acontecimientos que ya celebraban sus ancestros celtas y etruscos.
Así
el solsticio de invierno es la fiesta de San Juan Evangelista, aquel que lleva
el conocimiento y la iniciación espiritual y el solsticio de verano pasó a ser
la noche de San Juan Bautista, la celebración de la vida y la amistad. Las
antiguas fiestas en torno a las hogueras que celebran el triunfo de la luz y el
compañerismo continúan sucediendo hoy en muchos lugares de España.
Durante
el equinoccio hemos ido saliendo de la oscuridad invernal, cuando nuestro
espíritu se recogió en la reflexión. Ahora, con el Sol en su apogeo, es nuestro
corazón el que reclama protagonismo como fuente de calor interior. Nos anima a
valorar el presente en su plenitud para seguir labrando con modestia y tesón
nuestro futuro, para que nuestra vida sea también plena mediante el amor por
nuestros semejantes, sin exclusiones, prejuicios ni jactancias. Que nuestro día
a día se tiña del amor pitagórico hacia todas las criaturas y así, impregnados
por este sentimiento, rindamos culto a la vida y a los principios creadores que
la inspiran. De esta manera ayudaremos a que desaparezca de nuestra mente la
intolerancia, la tentación de creernos diferentes y separados de los otros.
Empecemos
por nosotros mismos; hemos de aceptarnos y querernos, por encima de errores y
defectos pues somos mezcla de sombra y luz. Si somos capaces de liberarnos de
las dudas que nos atenazan, de los complejos de superioridad o inferioridad, de
la desazón frente a la angustia o el desamparo, habremos limpiado la mente y
nuestra auténtica energía podrá liberarse. Así nuestro corazón podrá latir con
el ritmo solar del que está hecho y podremos sentir por los demás la compasión
que a nosotros mismos nos negábamos.
Quiero
dedicar el último tramo de mi intervención a una cuestión lingüística de
importancia para nosotros. Ya sabéis que las cuestiones de la Lengua son mi
afán
y mi oficio y que cuanto sé y aprenda de ellas lo compartiré con vosotros.
y mi oficio y que cuanto sé y aprenda de ellas lo compartiré con vosotros.
Me
refiero al término /logia/, palabra clave de nuestra fraternidad y cuyo
simbolismo representa el Taller donde trabajan los canteros, los obreros masónicos,
al abrigo de las inclemencia cotidianas. Su mensaje semántico viene de tiempos
muy lejanos y alcanzó antes el ámbito lingüístico germánico que el latino en su
evolución etimológica por el tronco indoeuropeo común. El vocablo parte de la
raíz consonántica [lk] que en sánscrito arcaico significa “ver” o “cerrar” (de
ahí que el idioma inglés, de honda raíz germánica, haya conservado dos voces
similares, to look y to lock, para significar respectivamente
estas dos acciones verbales). Más tarde, en el sánscrito vedanta, aparece el
morfema [lok] que significa “lo que se ve y está cerrado” o, dicho con otras
palabras, “el Mundo como representación del Cosmos”.
El
viaje desde la lengua sagrada del valle del Indo hasta los confines de Europa
provocó derivaciones que han enriquecido nuestro acervo simbólico desde
distintas fuentes. En primer lugar la voz germánica [Lug], que entre los celtas
denominaba al dios de la Luz, principio generador y padre. Es el mismo “verbo
creador” en la acepción del Génesis, el acto en sí, la creación. En segundo
término, posterior en el tiempo y como parte de la herencia de las invasiones
dorias, el vocablo heleno [logos] indica ya “palabra” como universo de los
conceptos y unidad expresiva. De aquí derivó el término latino /logia/ como
lugar cerrado para trabajar en el arte y la técnica, es decir en el conocimiento contemplando la luz de la Belleza.
Tal
vez fueron los adeptos a los ritos iniciáticos de Mitra o los maestros de los
Misterios de Eleusis quienes establecieron esta idea de logia como morada
sagrada que celebra la Sabiduría, la Verdad y la Belleza. Nosotros los masones
lo consideramos el humilde taller donde trabajamos en nuestra condición
de obreros siempre aprendices, sea cual sea nuestro grado de sabiduría. Aquí
desbastan con paciencia la piedra bruta de la que debe surgir la armonía de la
piedra cúbica, la esencia geométrica mineral, la perfección cristalina en la
que hasta la propia luz se recrea y bifurca en cientos de rayos multicolores
ofreciendo haces de luz distinta y perspectivas multifacéticas.
Hemos
pasado del trabajo operativo a la reflexión filosófica y ética. Ya no son las
manos sino la mente lo que pule la piedra para desentrañar la verdad y
descubrir su intensa belleza. La gran familia humana ha aprendido y ha
desarrollado una fecunda tradición de conocimiento que acaricia una y otra vez
los significados y analogías de los símbolos. Es esta tarea filosófica y
hermética la que nos ayuda en nuestro ascenso iniciático hasta la serenidad de
la geometría. Pero no de manera fría, insisto, sino emocionada porque en este
ascesis vamos a encontrar la felicidad del equilibrio, la paz curativa de lo
que se revela armónico y trascendental, es decir la inteligencia que gobierna
la vida y nos rescata de la corporeidad y la efímera individuación para
insertarnos en la gran cadena. Es, en definitiva, el aliento que mantiene viva
la argamasa de la fraternidad, lo que nos proporciona empuje, fuerza vital, una
conciencia renovada ante el milagro de la existencia.
Estamos en solsticio.
Celebrémoslo fraternalmente, pero no olvidéis el consejo escrito que da una
tablilla sumeria de hace más de seis mil años: “Recuerda que el calor de la
celebración vivifica, pero el fuego desbocado transforma todo en desierto”.
Ignacio Merino
Jerónimo
Taller de Escritura
Lengua Suelta
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