Al entrar en la escuela Adama contempló lo que el profesor
había escrito con tiza blanca en la pizarra:
Querido
Madiba:
Cuando todos los alumnos tomaron asiento, el maestro les
dijo que un viejo amigo de Mvezo había iniciado un largo viaje para el que
necesitaría provisiones de amor, bondad y esperanza. La tarea consistía en escribirle una carta con al menos
tres acciones hermosas que hubiesen realizado en su vida.
Adama no sabía qué cosas bonitas podría contarle, mientras los demás niños proyectaban en un folio sus pensamientos. Tenía miedo de que las suyas no fueran lo suficientemente hermosas como para ayudarle en su camino.
Ante el bloqueo del miedo, Adama observó desde la ventana
las ramas desnudas de un baobab que parecían alcanzar el cielo. En ese momento
rememoró lo que su madre le relató acerca del baobab:
-Tras perder a tus hermanos en tres partos, no me resigné. Cada mañana acudía al gran árbol de la fertilidad para que me concediese el
fruto más hermoso de África.
Desde que naciste supe que eras hija de las raíces, que
alimentaste a tus hermanos cuando se fueron y a mí con tu presencia.
En los ojos de Adama brotaron dos lágrimas que iniciaron la
carta.
Nube de un Viento Ardiente
Nube de un Viento Ardiente
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