miércoles, 2 de julio de 2014

Derecho a estar enfermo

Ana no daba crédito a lo que escuchaba, la estaban “reprendiendo” y comenzaba a sentirse culpable por estar enferma... Es aquí donde empieza una larga batalla por defender el derecho a estar enfermo, sin tener que pedir perdón por ello.
Llevaba varios meses con múltiples molestias, acudía al médico casi todas las semanas y al principio las visitas eran cordiales, pero a medida que trascurrían los días parecía que el tono y la actitud del doctor iban cambiando. Ella no entendía esa transformación ¿Por qué le ponía trabas y no le facilitaba la información que necesitaba?
Pasados varios meses comprendió que lo que le molestaba al médico era no haber acertado en el diagnóstico. La insatisfacción que le producía el poco o ningún resultado con aquella paciente, le había llevado a no querer pasar consulta con ella y se puso a la defensiva con la incomprensible actitud de querer ser dios y no un simple médico.
En el ejercicio de la profesión el médico debe ser un valedor de sus pacientes, alguien a quien se confiesa la vulnerabilidad del cuerpo frente a la falta de salud.y eso, en el paciente, debilita su cuerpo y su espíritu.
La primera lección que aprende un buen médico es que no hay que saberlo todo pues no hay respuesta definitiva para casi nada. Las enfermedades evolucionan y la ciencia avanza por un lado y el cuerpo por otro y lo que para algunos es bueno para otros es malo, pues en muchos casos no conocemos bien el origen de la enfermedad. Un médico se enfrenta cada día a casos personales, individuales, y desde luego es importante procurar alivio a sus males, pero más importante aún es comprender lo que le sucede como persona en primer lugar y lo que le afecta físicamente por otro, de forma si cabe, independiente.
         El médico es el confesor de los males del cuerpo y el paciente se desnuda ante él como alguien afligido y débil que no sabe muy bien lo que le sucede, pero no se encuentra bien, aunque confía plenamente en la medicina.

A partir de ahí, comienza un camino en el que si se atiende el alma y el cuerpo, el resultado, seguro que es muy bueno.
         Ni todo es ciencia, ni todo humanidad.
         La empatía que se debe producir entre médico y paciente es fundamental para el éxito del camino que comienzan juntos y no saben dónde los conducirá.
         Esta reflexión hizo de algunos médicos grandes humanistas, cuando comprendieron lo poco que esta en sus manos, y que es el propio enfermo el que da las pistas para atender sus males.

Ana se enfrentaba no sólo a lo débil que se sentía, sino a la incomprensión a la que se veía sometida desde el momento en que su médico empezó a dudar de ella. Eso hizo que todo su mundo se viniera abajo: su marido, su familia, su trabajo. No es lo mismo estar enfermo que sentirse enfermo, aunque en los dos casos el paciente siempre tiene la razón, pues si no lo está y se siente, es igual que estar y no sentirse ¿Cuál de los dos casos es más importante?
          Es entonces cuando empiezan las miradas, los silencios, que son más crueles que unas malas palabras.
          El médico había dictado sentencia,”usted no padece nada”. Con esta afirmación tan “científica” ha destrozado su dignidad en un instante.
          Ella había sido buena hija, había terminado una carrera, ejercía con éxito su profesión, era buena esposa. Hasta ese momento estaba felizmente casada pero en aquel maldito instante se habían puesto en duda aquellos meses de sufrimiento real y con ello toda su vida.
         Si el médico te ha dicho ya que no tienes nada ¿por qué insistes?, le preguntan cada día su marido, sus padres, sus compañeros de trabajo. Y ella como una “loca” (para todos) respondiendo: "Porque ya no soy la misma, me duele el alma, me duele la vida y lo que diga ese señor a mi solo me indigna. Me duele, estoy cansada en todo momento, incluso recién levantada, no puedo dormir, no me concentro, no recuerdo las cosas, me molesta la luz, el ruido, la gente, la sabana rozando mi cuerpo... si ando, si estoy demasiado tiempo sentada... al hacer fuerza al abrir un bote en la cocina, al peinarme, vestirme, arreglarme, ducharme, sostener un libro, enfocar la vista... ¿Creéis que se renuncia a una vida por nada?
¡Qué necio es pensar que puedo estar fingiendo! ¿Se puede fingir un dolor constante, unas ojeras que dan la vuelta al rostro? ¿Perder 20 kilos en un mes? Renunciar a una vida por parecer enfermo...¡qué enfermo hay que estar para creer eso!


He escuchado cientos de relatos a lo largo de estos años de lucha por la dignidad del paciente, no por una mejor curación o porque se investigue más sino por estar enfermo sin tener que pedir perdon por ello. Ha sido una batalla más dura que la enfermedad, ha sido el obstáculo mas pesado que el dolor constante.
         Es difícil hacer comprender al mundo que la "evidencia científica" es un término escaso en la vida de las personas enfermas y que hay un porcentaje aun más alto de enfermedades desconocidas que las que manejamos con normalidad, que cada día surgen en diferentes lugares del mundo nuevos síntomas inexplicables en un mundo en donde han aumentado los medios pero las enfermedades evolucionan. Y ESOS MEDIOS NO SON APLICABLES O DETERMINANTES para muchas de estas enfermedades. La evolución de la medicina es muy lenta, no se adapta al nivel al que crecen las nuevas patologías y no por ello debemos de poner en duda a la persona, creando nuevas enfermedades, “las emocionales”, para añadírselas a este grupo de personas que refieren síntomas inespecíficos e improbables pero ciertos y que se ven limitadas, hasta hacerles incapaces de manejar su vida.
          Todo esto se debe a la incomprensión social y médica general, por la poca humanidad frente a la gestión  en un mundo donde priman los intereses económicos.
          Ana es una sobre diez millones de enfermos crónicos, un problema para un sistema que antepone sus intereses económicos frente a un problema de salud importante. Negando la evidencia, creen que pueden parar la lucha de estos enfermos.
          Escribo este alegato en defensa del derecho a estar enfermo en una sociedad en la que se eligen las enfermedades que conviene diagnosticar, en la que estar enfermo con dignidad según en que autonomía tengas por suerte estar, en donde una placa en una planta de hospital te reconoce como enfermo y en otro te derivan a psiquiatría, en donde se juega con la vida de las personas, despojándolas de todo derecho fundamental.
         Y se lo dedico a los que perdieron la vida por negarles a vivir con dignidad su enfermedad: Lola, Manuel, Magnolia, Carmen, Pedro, Marisa, Patricia, Asun, Antonio, Elena, Carmina, Justa, Montse, Maruchi, Pilar... y más... muchos más.

Luna Llena del Venado

1 comentario:

  1. Estupendo relato. Real como la vida misma. Estoy deseando leer tu novela.
    Kimana.

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