miércoles, 2 de julio de 2014

El Tesoro

Cuentan que hace muchos años habitaba en un lejano país del sur un intrépido y valiente pirata llamado Media Luna.

Media Luna viajaba por todo el mundo, navegaba por los siete mares en busca de galeones perdidos, tierras e islas que conquistar. En una importante batalla en altamar perdió uno de sus ojos quedándole una cicatriz en forma de media luna Desde ese momento fue reconocido y admirado por su bravura y temeridad.

Las conocidas hazañas de Media Luna llegaron a las tierras del norte en donde el Capitán Ojos de Serpiente lideraba uno de los navíos más grandes e importantes del mar Adriático. Corroído por la envidia, quiso retar a Media Luna a encontrar un antiguo tesoro enterrado en Isla Tortuga y mandó a un bucanero que le propusiera tan suculento reto.

Media Luna aceptó y reunió a una partida de más de doscientos piratas sureños.
Rumbo a Isla Tortuga los dos capitanes soñaban con un tesoro de valor incalculable.

Transcurrieron más de dos meses con sus noches y días  interminables, con sus tormentas y tempestades, conviviendo con la locura, la ambición y la codicia hasta que se divisó tierra.

Media Luna y sus secuaces llegaron primero, ansiosos por desenterrar la fortuna tan soñada. Crearon grupos de partida por toda la isla, de tal forma de que no quedara ningún rincón, guarida o cueva sin inspeccionar.

Ojos de Serpiente desembarcó a la segunda noche. Sigilosos los piratas del norte, trazaron una emboscada. Al alba comenzaron su ataque, millones de piedras llovían, piratas del norte y piratas del sur se enfrentaban en una larga lucha por el tesoro.

La batalla se prolongó  todo un día, con sus eternas horas. Al caer la noche solamente quedaban ochenta piratas en pie.

La desesperación y el cansancio se dibujaban en los semblantes de los hombres.
-      
         -¡Capitán Ojos de Serpiente, esta lucha es inútil, más de la mitad de nuestros hombres han caído! -se aventuró a gritar Media Luna desde una de las trincheras.

-       - ¿Y qué es lo que propones? -preguntó Ojos de Serpiente.

-        -¡Abandonar esta batalla y unir a nuestros hombres para encontrar el tesoro, después lo dividiremos en partes iguales!

Ojos de Serpiente refunfuñó y tras un largo silenció accedió.

Los ochenta piratas se reunieron creando nuevas rondas y partidas de búsqueda.

A la séptima luna uno de los bucaneros gritó ¡Lo encontré, lo encontré!.

Los dos capitanes se aproximaron aún desafiantes,  querían ser los primeros en abrir el cofre.
-       - ¡Ábrelo, ábrelo! -vociferó Ojos de Serpiente a Media Luna.

Media Luna se dispuso a abrirlo cuando de repente Ojos de Serpiente le rodeó el cuello con su sable.

-       - ¡El tesoro me pertenece!

Media  Luna estaba atrapado, había sido engañado.

Cegado por la envidia, Ojos de Serpiente ordenó a uno de sus piratas abrir el cofre ante ellos.

-       - ¡Ahora admirarás lo que nunca será tuyo! -exclamó riendo.

El cofre fue abierto…

Los dos piratas se asombraron al contemplar lo que anidaba en su interior.

El cofre contenía única  y exclusivamente un espejo en el que se podía leer:
Tu autem thesaurum (Tú eres el tesoro).

Nube de un Viento Ardiente


A veces

          El horror a veces es una mañana
                                                   clara.
          Y el amor, a veces, un gesto trivial
                                     en la monotonía.


          A veces la patria de un hombre
                                                         es
          un cuerpo de mujer y es entonces
          que tu carne se convierte
                                             en mi único sosiego.


           Lo demás es exilio, una ausencia de
                                    palabras no dichas,
                                   de océanos helados.
           Como todas las cosas que dejé
                                                        vacías.


           ¿Y qué hacer ahora con aquella luz
                                      y esta primavera?


           Quizá darlo todo
           otra vez.
         
           Por un beso de amor
                                          darlo todo
                                                          y para siempre.

           También mi reino: este universo mío
           de huesos y deseos que es mi vida.


           Porque a veces suceden cosas que
                                    no tienen nombre: sentir,
                                                       por ejemplo,
                                       que el tiempo no existe.
         
          Que es sólo un pretexto para poder amarte.


Demothi 
El que Habla mientras Camina

Derecho a estar enfermo

Ana no daba crédito a lo que escuchaba, la estaban “reprendiendo” y comenzaba a sentirse culpable por estar enferma... Es aquí donde empieza una larga batalla por defender el derecho a estar enfermo, sin tener que pedir perdón por ello.
Llevaba varios meses con múltiples molestias, acudía al médico casi todas las semanas y al principio las visitas eran cordiales, pero a medida que trascurrían los días parecía que el tono y la actitud del doctor iban cambiando. Ella no entendía esa transformación ¿Por qué le ponía trabas y no le facilitaba la información que necesitaba?
Pasados varios meses comprendió que lo que le molestaba al médico era no haber acertado en el diagnóstico. La insatisfacción que le producía el poco o ningún resultado con aquella paciente, le había llevado a no querer pasar consulta con ella y se puso a la defensiva con la incomprensible actitud de querer ser dios y no un simple médico.
En el ejercicio de la profesión el médico debe ser un valedor de sus pacientes, alguien a quien se confiesa la vulnerabilidad del cuerpo frente a la falta de salud.y eso, en el paciente, debilita su cuerpo y su espíritu.
La primera lección que aprende un buen médico es que no hay que saberlo todo pues no hay respuesta definitiva para casi nada. Las enfermedades evolucionan y la ciencia avanza por un lado y el cuerpo por otro y lo que para algunos es bueno para otros es malo, pues en muchos casos no conocemos bien el origen de la enfermedad. Un médico se enfrenta cada día a casos personales, individuales, y desde luego es importante procurar alivio a sus males, pero más importante aún es comprender lo que le sucede como persona en primer lugar y lo que le afecta físicamente por otro, de forma si cabe, independiente.
         El médico es el confesor de los males del cuerpo y el paciente se desnuda ante él como alguien afligido y débil que no sabe muy bien lo que le sucede, pero no se encuentra bien, aunque confía plenamente en la medicina.

A partir de ahí, comienza un camino en el que si se atiende el alma y el cuerpo, el resultado, seguro que es muy bueno.
         Ni todo es ciencia, ni todo humanidad.
         La empatía que se debe producir entre médico y paciente es fundamental para el éxito del camino que comienzan juntos y no saben dónde los conducirá.
         Esta reflexión hizo de algunos médicos grandes humanistas, cuando comprendieron lo poco que esta en sus manos, y que es el propio enfermo el que da las pistas para atender sus males.

Ana se enfrentaba no sólo a lo débil que se sentía, sino a la incomprensión a la que se veía sometida desde el momento en que su médico empezó a dudar de ella. Eso hizo que todo su mundo se viniera abajo: su marido, su familia, su trabajo. No es lo mismo estar enfermo que sentirse enfermo, aunque en los dos casos el paciente siempre tiene la razón, pues si no lo está y se siente, es igual que estar y no sentirse ¿Cuál de los dos casos es más importante?
          Es entonces cuando empiezan las miradas, los silencios, que son más crueles que unas malas palabras.
          El médico había dictado sentencia,”usted no padece nada”. Con esta afirmación tan “científica” ha destrozado su dignidad en un instante.
          Ella había sido buena hija, había terminado una carrera, ejercía con éxito su profesión, era buena esposa. Hasta ese momento estaba felizmente casada pero en aquel maldito instante se habían puesto en duda aquellos meses de sufrimiento real y con ello toda su vida.
         Si el médico te ha dicho ya que no tienes nada ¿por qué insistes?, le preguntan cada día su marido, sus padres, sus compañeros de trabajo. Y ella como una “loca” (para todos) respondiendo: "Porque ya no soy la misma, me duele el alma, me duele la vida y lo que diga ese señor a mi solo me indigna. Me duele, estoy cansada en todo momento, incluso recién levantada, no puedo dormir, no me concentro, no recuerdo las cosas, me molesta la luz, el ruido, la gente, la sabana rozando mi cuerpo... si ando, si estoy demasiado tiempo sentada... al hacer fuerza al abrir un bote en la cocina, al peinarme, vestirme, arreglarme, ducharme, sostener un libro, enfocar la vista... ¿Creéis que se renuncia a una vida por nada?
¡Qué necio es pensar que puedo estar fingiendo! ¿Se puede fingir un dolor constante, unas ojeras que dan la vuelta al rostro? ¿Perder 20 kilos en un mes? Renunciar a una vida por parecer enfermo...¡qué enfermo hay que estar para creer eso!


He escuchado cientos de relatos a lo largo de estos años de lucha por la dignidad del paciente, no por una mejor curación o porque se investigue más sino por estar enfermo sin tener que pedir perdon por ello. Ha sido una batalla más dura que la enfermedad, ha sido el obstáculo mas pesado que el dolor constante.
         Es difícil hacer comprender al mundo que la "evidencia científica" es un término escaso en la vida de las personas enfermas y que hay un porcentaje aun más alto de enfermedades desconocidas que las que manejamos con normalidad, que cada día surgen en diferentes lugares del mundo nuevos síntomas inexplicables en un mundo en donde han aumentado los medios pero las enfermedades evolucionan. Y ESOS MEDIOS NO SON APLICABLES O DETERMINANTES para muchas de estas enfermedades. La evolución de la medicina es muy lenta, no se adapta al nivel al que crecen las nuevas patologías y no por ello debemos de poner en duda a la persona, creando nuevas enfermedades, “las emocionales”, para añadírselas a este grupo de personas que refieren síntomas inespecíficos e improbables pero ciertos y que se ven limitadas, hasta hacerles incapaces de manejar su vida.
          Todo esto se debe a la incomprensión social y médica general, por la poca humanidad frente a la gestión  en un mundo donde priman los intereses económicos.
          Ana es una sobre diez millones de enfermos crónicos, un problema para un sistema que antepone sus intereses económicos frente a un problema de salud importante. Negando la evidencia, creen que pueden parar la lucha de estos enfermos.
          Escribo este alegato en defensa del derecho a estar enfermo en una sociedad en la que se eligen las enfermedades que conviene diagnosticar, en la que estar enfermo con dignidad según en que autonomía tengas por suerte estar, en donde una placa en una planta de hospital te reconoce como enfermo y en otro te derivan a psiquiatría, en donde se juega con la vida de las personas, despojándolas de todo derecho fundamental.
         Y se lo dedico a los que perdieron la vida por negarles a vivir con dignidad su enfermedad: Lola, Manuel, Magnolia, Carmen, Pedro, Marisa, Patricia, Asun, Antonio, Elena, Carmina, Justa, Montse, Maruchi, Pilar... y más... muchos más.

Luna Llena del Venado

martes, 1 de julio de 2014

Plegaria en el Solsticio de Verano al modo masónico

Cuando comienza el solsticio de verano en el hemisferio norte, se celebran
en muchos lugares los ritos del fuego que celebran la plenitud solar y al
mismo tiempo el momento que empieza a decrecer el tiempo de luz natural.
Y eso es, “luz”, es lo que respondemos los francmasones cuando el Maestro
nos pregunta qué buscamos al comienzo del rito de la iniciación, en el momento
en que dejamos atrás las tinieblas profanas; lo mismo que dijo nuestro
hermano Goethe en su lecho de muerte, antes de cerrar los ojos para siempre: 
“Luz, más luz”.

El solsticio de verano es un momento de la Rueda Anual en el que la distancia angular del Sol al Ecuador de la Tierra es máxima. Esto implica que el sol alcanza
su punto más alto en el firmamento terrestre. La mayor duración de la jornada 
diurna implica que el reinado de la oscuridad es este día el más corto. Es un momento de esplendor en la Naturaleza y las plantas se cargan de energías portentosas mientras los masones evocamos una celebración que se remonta a muchos siglos atrás y nos hermana a las grandes civilizaciones del pasado.


Según una creencia hermética, los solsticios de verano e invierno son hitos del espacio-tiempo cósmico, momentos-puente en los que la Tierra percibe la esencia de identidad e intensa comunicación que existe entre los seres que habitan el Universo. En la tradición de los misterios eleusinos de la antigua Grecia, los solsticios son dos puertas zodiacales, los puntos de entrada y salida de la 
"caverna cósmica" en la que se refugia el planeta en su eterno viajar alrededor del sol, que se designan como "la puerta de los hombres" y la "puerta de los dioses".

La primera, regida por la posición de Cáncer en el firmamento, corresponde al solsticio de verano, y es la material pues nuestra especie necesita la luz solar para vivir. La segunda, marcada por Capricornio, pertenece al espíritu, al reino del conocimiento y llama a nuestro desarrollo interior, mental y de carácter.

Esta alternancia nos recuerda que el ciclo anual está dividido en dos mitades, una "ascendente" y otra "descendente" como dice la filosofía vedanta de los hindúes. Pero no debemos olvidar que en este mundo en el que cada cosa encierra a su contraria y en el que la luz envuelve su sombra, existen también dos hemisferios terrestres, dos tiempos en la esfera. Esto quiere decir que lo que entre nosotros es solsticio de verano en Chile es, por ejemplo, solsticio de invierno.

La masonería tiene un inmenso legado, viene de una tradición de conocimiento 
que se remonta a la antigua Sumer, el martirizado Irak de hoy. Allí los sumerios ya construían zigurats para observar el firmamento y fijar las fechas destacadas de solsticios y equinoccios. También en Egipto se adoraba al sol y su aparición en el solsticio de verano quedó impresa en la memoria ancestral de sus piedras sagradas. Lo mismo que en las civilizaciones azteca, tolteca, maya o inca, cuando levantaban sus grandes plataformas piramidales con el fin de rendir culto al sol, de cuyo perihelio dejaron constancia en su impresionante calendario solar.

Entre nosotros, han sido los celtas la cultura que ha mirado al cielo con mayor fervor. Muy inclinados también hacia la Luna, como cultura que apreciaba el papel fundamental de la mujer, los celtas arcaicos izaban al firmamento sus grandes monumentos megalíticos dedicados a Lug, el dios-padre solar, en los que puede leerse el ciclo solar con precisión como se ve en el impresionante Stonehenge. 
Los druidas, como los hindúes, dividían el año en dos partes de seis meses, 
Samos y Giamos, que representaban el mundo de la Luz y el de las Sombras. 
Estas mitades están agrupadas en doce períodos lunares que forman un ciclo 
anual, pues el calendario celta gira entorno a las cuatro grandes fiestas de Imbolc, Samain, Beltane y Lugnasad, que señalan las cuatro estaciones de tres meses. 
Los romanos, y tras ellos los cristianos, hicieron coincidir sus fiestas menores con aquellos acontecimientos que ya celebraban sus ancestros celtas y etruscos.

Así el solsticio de invierno es la fiesta de San Juan Evangelista, aquel que lleva el conocimiento y la iniciación espiritual y el solsticio de verano pasó a ser la noche de San Juan Bautista, la celebración de la vida y la amistad. Las antiguas fiestas en torno a las hogueras que celebran el triunfo de la luz y el compañerismo continúan sucediendo hoy en muchos lugares de España.

Durante el equinoccio hemos ido saliendo de la oscuridad invernal, cuando nuestro espíritu se recogió en la reflexión. Ahora, con el Sol en su apogeo, es nuestro corazón el que reclama protagonismo como fuente de calor interior. Nos anima a valorar el presente en su plenitud para seguir labrando con modestia y tesón nuestro futuro, para que nuestra vida sea también plena mediante el amor por nuestros semejantes, sin exclusiones, prejuicios ni jactancias. Que nuestro día a día se tiña del amor pitagórico hacia todas las criaturas y así, impregnados por este sentimiento, rindamos culto a la vida y a los principios creadores que la inspiran. De esta manera ayudaremos a que desaparezca de nuestra mente la intolerancia, la tentación de creernos diferentes y separados de los otros.

Empecemos por nosotros mismos; hemos de aceptarnos y querernos, por encima de errores y defectos pues somos mezcla de sombra y luz. Si somos capaces de liberarnos de las dudas que nos atenazan, de los complejos de superioridad o inferioridad, de la desazón frente a la angustia o el desamparo, habremos limpiado la mente y nuestra auténtica energía podrá liberarse. Así nuestro corazón podrá latir con el ritmo solar del que está hecho y podremos sentir por los demás la compasión que a nosotros mismos nos negábamos.


Quiero dedicar el último tramo de mi intervención a una cuestión lingüística de importancia para nosotros. Ya sabéis que las cuestiones de la Lengua son mi afán 
y mi oficio y que cuanto sé y aprenda de ellas lo compartiré con vosotros.

Me refiero al término /logia/, palabra clave de nuestra fraternidad y cuyo simbolismo representa el Taller donde trabajan los canteros, los obreros masónicos, al abrigo de las inclemencia cotidianas. Su mensaje semántico viene de tiempos muy lejanos y alcanzó antes el ámbito lingüístico germánico que el latino en su evolución etimológica por el tronco indoeuropeo común. El vocablo parte de la raíz consonántica [lk] que en sánscrito arcaico significa “ver” o “cerrar” (de ahí que el idioma inglés, de honda raíz germánica, haya conservado dos voces similares, to look y to lock, para significar respectivamente estas dos acciones verbales). Más tarde, en el sánscrito vedanta, aparece el morfema [lok] que significa “lo que se ve y está cerrado” o, dicho con otras palabras, “el Mundo como representación del Cosmos”.

El viaje desde la lengua sagrada del valle del Indo hasta los confines de Europa provocó derivaciones que han enriquecido nuestro acervo simbólico desde distintas fuentes. En primer lugar la voz germánica [Lug], que entre los celtas denominaba al dios de la Luz, principio generador y padre. Es el mismo “verbo creador” en la acepción del Génesis, el acto en sí, la creación. En segundo término, posterior en el tiempo y como parte de la herencia de las invasiones dorias, el vocablo heleno [logos] indica ya “palabra” como universo de los conceptos y unidad expresiva. De aquí derivó el término latino /logia/ como lugar cerrado para trabajar en el arte y la técnica, es decir en el conocimiento contemplando la luz de la Belleza.

Tal vez fueron los adeptos a los ritos iniciáticos de Mitra o los maestros de los Misterios de Eleusis quienes establecieron esta idea de logia como morada sagrada que celebra la Sabiduría, la Verdad y la Belleza. Nosotros los masones lo consideramos el humilde taller donde trabajamos en nuestra condición de obreros siempre aprendices, sea cual sea nuestro grado de sabiduría. Aquí desbastan con paciencia la piedra bruta de la que debe surgir la armonía de la piedra cúbica, la esencia geométrica mineral, la perfección cristalina en la que hasta la propia luz se recrea y bifurca en cientos de rayos multicolores ofreciendo haces de luz distinta y perspectivas multifacéticas.

Hemos pasado del trabajo operativo a la reflexión filosófica y ética. Ya no son las manos sino la mente lo que pule la piedra para desentrañar la verdad y descubrir su intensa belleza. La gran familia humana ha aprendido y ha desarrollado una fecunda tradición de conocimiento que acaricia una y otra vez los significados y analogías de los símbolos. Es esta tarea filosófica y hermética la que nos ayuda en nuestro ascenso iniciático hasta la serenidad de la geometría. Pero no de manera fría, insisto, sino emocionada porque en este ascesis vamos a encontrar la felicidad del equilibrio, la paz curativa de lo que se revela armónico y trascendental, es decir la inteligencia que gobierna la vida y nos rescata de la corporeidad y la efímera individuación para insertarnos en la gran cadena. Es, en definitiva, el aliento que mantiene viva la argamasa de la fraternidad, lo que nos proporciona empuje, fuerza vital, una conciencia renovada ante el milagro de la existencia.

Estamos en solsticio. Celebrémoslo fraternalmente, pero no olvidéis el consejo escrito que da una tablilla sumeria de hace más de seis mil años: “Recuerda que el calor de la celebración vivifica, pero el fuego desbocado transforma todo en desierto”.

Ignacio Merino 
Jerónimo

Taller de Escritura Lengua Suelta